Cuenta la leyenda que un dragón feroz y terrible asolaba los alrededores de una villa en el Oriente Próximo, matando a rebaños y personas. Los habitantes de la comarca decidieron ofrecer en sacrificio cada día una persona para calmar a la fiera. La víctima sería elegida cada día por sorteo. Y durante mucho tiempo el sistema funcionó.
Sin embargo, un día la suerte quiso que la hija del rey fuera la destinada. La princesa Cleodolinda era joven, hermosa y muy querida... La doncella salió pesarosa de la ciudad y ella sola se dirigió hacia el lago donde residía la fiera. Aún cerca de la villa, se le presentó un joven caballero, cabalgando un caballo blanco, y con una armadura dorada y reluciente. El caballero le dijo que había venido para combatir la fiera y así liberar del sacrificio a la princesa, así como a la villa.
Aún no se había recuperado la doncella de su sorpresa cuando apareció la fiera... el caballero se abalanzó sobre ella y la hirió con un certero golpe de lanza. Después consiguió atar al dragón por el cuello y le indicó a la doncella que la llevara ella a la ciudad. En la plaza mayor de la villa, los lugareños terminaron de rematar aquel feroz animal.
Y así es como San Jorge, un soldado romano nacido en el Oriente Próximo, figura como protagonista de esta gran gesta caballeresca. Se dice que el rey quiso casar a su hija con San Jorge, pero que éste le replicó diciendo que bastaba con que el rey indicará a sus vasallos que fueran buenos cristianos y que honraran y veneraran Dios tal como merecía. Desapareció misteriosamente como había venido.
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