Durante la Edad Media no era corriente encontrar personas nobles vestidas con ropajes negros. El negro era considerado un color sucio, propio de clases inferiores.
La razón es que el tinte negro, usado para teñir las ropas, era muy inestable. Al cabo de pocos lavados se transformaba en un sucio marrón o gris oscuros. Hasta el siglo XIV, los nobles preferían los colores vivos, como rojos, verdes o azules, mientras que el color negro se destinaba a campesinos, miembros inferiores de la Iglesia y funcionarios públicos. Por ejemplo, en el libro de Horas del Duque de Berry, se puede ver el colorido variado de ropajes en un banquete, mientras que el negro aparece sólo en escenas de campesinos.
A partir del siglo XIV, las ordenanzas empezaron a limitar la ostentación en el vestir, sobre todo la importación de los caros productos usados crear los tintes de vivos colores. Al mismo tiempo, la introducción de la nuez de agalla en el proceso de teñido permitió obtener tonalidades de negro más ricas y profundas.
La nuez de agalla es un cascarón que los robles desarrollan como protección alrededor de las larvas de un insecto que pone los huevos en sus ramas. Este elemento es muy rico en taninos y hierro, y ya desde la antigüedad se empleaba para hacer tintas. Durante la Edad Media se recolectaba en la cuenca mediterránea, y se importaba de Grecia y Oriente próximo.
La alta concentración de taninos en la nuez de agalla se usaba para preparar la tela para ser teñida, de forma que absorbía la tintura negra. Esto, junto con la introducción del terciopelo a partir del siglo XIII, propició que el negro se convirtiera en símbolo de riqueza, reservado para las clases superiores. A partir de esta época ya aparece de forma habitual en los cuadros de monarcas y nobleza en general.
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